La comunicación es efectiva y es eficiente si garantiza que el mensaje es comprendido y apreciado por quienes lo reciben. Efectiva implica lograr el resultado deseado; eficiente, que utiliza la menor cantidad de recursos posibles, como tiempo y esfuerzo.
- Claridad: Expresar el mensaje para sea amablemente recibido, fácilmente descubierto y entendido, dejando poco espacio para la confusión o la duda. Logra una conexión genuina entre el emisor y el receptor.
- Concisión: Enunciar las ideas con brevedad y precisión, utilizando solo lo necesario para transmitir el concepto de manera exacta. Evita la redundancia, mantiene la atención del receptor y le facilita la retención de la información.
- Correcto: Presentarlo libre de errores y conforme a las reglas establecidas. Refuerza la credibilidad del emisor, contribuye a una adecuada comprensión del contenido, evita conflictos y propicia la colaboración.
- Completitud: Proporcionar toda la información necesaria. Minimiza las posibilidades de malentendidos, fomenta una mejor interpretación y la toma de decisiones fundamentadas.
- Considerado: Reflejar meditación y reflexión. Se traduce en un trato respetuoso hacia los demás, genera empatía, facilita el diálogo y el entendimiento mutuo.
- Concreta: Evitar la vaguedad y las ambigüedades. Se hace más accesible y fácil de seguir, permitiendo a los receptores captar la esencia de lo que se quiere transmitir.
- Cortés: Priorizar la urbanidad y la amabilidad. Crea clima de respeto que favorece la receptividad, embellece la comunicación y fortalece las relaciones interpersonales, haciendo que los demás se sientan valorados.
En resumen, la efectividad y eficiencia en la comunicación se logran mediante la combinación de claridad, concisión, corrección, completitud, consideración, concreción y cortesía. Estas cualidades no solo enriquecen el mensaje, sino que también promueven un entendimiento más profundo y un respeto mutuo entre los interlocutores.
Tres hermanas, Soledad, Julia e Irene conocieron y se enamoraron de un caballero. Pero él no se atrevía a decir de cuál de las tres estaba enamorado. Las tres hermanas le solicitaron que dijera claramente a cuál de las tres amaba. El joven caballero escribió en un poema sus sentimientos, pero "olvidó" consignar los signos de puntuación, y pidió a las tres hermanas que cada una de ellas añadiese los que considerasen oportunos. La décima escrita por el caballero decía:
Tres bellas que
bellas son
me han exigido
las tres
que diga de ellas
cual es
la que ama mi
corazón
si obedecer es
razón
digo que amo a
Soledad
no a Julia cuya
bondad
persona humana no
tiene
no aspira mi amor
a Irene
que no es poca su
beldad
Cada hermana leyó y reescribió la carta, colocando la ortografía, como lo había solicitado el caballero, pero según el entender e interés propio.
Leídas las tres versiones, persistía la duda, por lo que tuvieron que rogar de nuevo al joven que les desvelara quién era la dueña de su corazón. Cuando recibieron de nuevo el poema del caballero con los signos de puntuación las tres se sorprendieron. Rescribió el caballero:
Tres bellas, ¡qué
bellas son!,
me han exigido
las tres
que diga de ellas cuál es
la que ama mi
corazón.
Si obedecer es
razón,
¿Digo que amo a
Soledad? No.
¿A Julia, cuya
bondad
persona humana no
tiene? No.
¿Aspira mi amor a Irene?
¡Qué!... ¡No!...
Es poca su beldad.